domingo, 17 de junio de 2018

El gallo de la catedral

Esta leyenda corta también se originó en la capital de Ecuador, es decir en Quito. Don Ramón Ayala y Sandoval era un sujeto que tenía mucho dinero y que además le encantaba la vida nocturna.

Entre sus aficiones preferidas destacaba el tocar la guitarra y desde luego el beber acompañado de sus amigos. Se decía que su corazón le pertenecía a Mariana, una joven que vivía en las cercanías de su hacienda.

La rutina diaria de don Ramón no cambiaba en absoluto. Se levantaba a las 6:00 de la mañana y después se disponía a desayunar. El almuerzo consistía en un bistec asado acompañado de papas y huevos fritos. Todo eso acompañado de una taza de humeante y espumoso chocolate.

Luego de saciar su apetito, se dirigía a la biblioteca, en donde disfrutaba leyendo un rato. Posteriormente, regresaba a su habitación para tomar una “merecida” siesta.

Después se levantaba de la cama para bañarse, pues debía estar listo para salir por la tarde. Don Ramón paseaba por las calles, hasta llegar al local de vino de Mariana (a quien apodaban la Chola).

Ya con unas copas encima, el hacendado una noche se topó con un gallo de pelea, al que retó a un duelo.

El ave aceptó el enfrentamiento y pronto le dio un picotazo en la cabeza. El hombre se asustó tanto que le pidió perdón enseguida al gallo, a lo que éste le respondió:

– No vuelvas a beber, ya que, si lo haces de nuevo no tendré clemencia y te mataré.

Don Ramón cumplió el juramento que le había hecho a ese gallo de pelea. Duró muchos años sin volver a tomar, hasta que uno de sus camaradas lo invitó a un convivió en el que no pudo sucumbir al deseo de volver a probar el licor.

Después de eso, no se sabe que ocurrió con el hacendado, pues nadie lo volvió a ver.

 

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La leyenda de Mariangula

Hay quienes consideran a la leyenda de Mariangula como una historia de terror. Se trata de una adolescente de 14 años, misma que tenía una madre que se dedicaba a vender tripa asada al carbón.

Un día la mujer mandó a su hija Mariangula a conseguir más tripas, pues la mercancía casi se le había agotado por completo. Sin embargo, como la chiquilla era un tanto rebelde, no hizo caso a las indicaciones y prefirió irse a jugar con sus amigos.

Por si esto fuera poco, el dinero que le habían dado para que comprara las vísceras también se lo gastó. Lógicamente después de pasar un buen rato en compañía de sus camaradas y de reflexionar acerca de lo que había hecho, la niña pensó que su mamá la iba a reprender fuertemente.

La preocupación no la dejaba en paz y mientras caminaba a las afueras del cementerio municipal de Quito, pensó en entrar al camposanto y sacarle las tripas uno de los muertos que los sepultureros apenas acababan de enterrar.

Esperó a que oscurecieron a poco más y llevó a cabo su macabro plan. Después se las entregó su madre y no hubo ningún tipo de reprimenda. De hecho, las tripas se vendieron mejor que otros días.

Ya de noche en su casa Mariangula no dejaba de recordar lo que había hecho. De pronto, la niña comenzó a escuchar que golpeaban fuertemente la puerta principal de su domicilio. Eso era algo muy extraño, no sólo porque ya pasaba de las 12:00 de la noche, sino porque ninguno de los demás integrantes de su familia, escuchó los golpes.

Posteriormente una macabra voz empezó a llenar la habitación de la chiquilla diciendo lo siguiente:

“Mariangula devuélveme las tripas que me robaste en el sepulcro”. La voz se fue haciendo cada vez más fuerte e inclusive la muchacha pudo escuchar claramente como si alguien subiera por las escaleras en dirección a su cuarto.

Asustadísima por aquellos lamentos fantasmales, a la niña lo único que se le ocurrió hacer fue sacar unas tijeras que tenía en el cajón y abrirse el estómago para pagar su deuda.

A la mañana siguiente, la madre de Mariangula la encontró muerta sobre su propia cama.
 

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La Dama Tapada

Hay algunos que confunden la leyenda de la dama tapada, con la de la “llorona”. No obstante, es conveniente aclarar que se tratan de dos historias distintas y enseguida explicaremos por qué.
La narración nos cuenta que en Ecuador aparece de vez en cuando una joven delgada a quien nadie le puede ver el rostro, pues invariablemente lo lleva cubierto con un velo.Viste de manera muy elegante y además porta una sombrilla. Los lugareños dicen que cuando está cerca de algún hombre, el espíritu comienza a emanar un aroma sumamente agradable, a fin de que la víctima se sienta atraído hacia ella y la siga a donde quiera que vaya.Ese perfume es tan seductor que el individuo que lo huele no sabe hacia dónde se dirige. De esa forma, la dama tapada conduce al sujeto a una zona apartada. Es decir, un lugar en donde no hay ninguna otra persona que lo pueda ayudar. De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada, queda completamente horrorizado pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.
Instantes después, el agradable perfume se convierte en un olor insoportable, semejante al de cuerpos descomponiéndose. El afectado no puede moverse hasta que su corazón deja de latir por completo.Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.
La dama tapada





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La caja ronca

Hace mucho tiempo en la ciudad de San Miguel de Ibarra vivían dos grandes amigos: Carlos y Manuel. Una mañana, el papá de Carlos les pidió que antes de ponerse a jugar, fueran a regar las plantas del jardín, puesto que hacía muchos días que no llovía y casi estaban por secarse.

Ellos accedieron, pero al final no cumplieron con esa labor, ya que se pusieron a correr por el campo. La noche cayó y fue entonces cuando Carlos se acordó de lo que le había pedido su padre.

– Está muy oscuro y tengo miedo. ¿Me acompañas Manuel a regar las plantas?

– Claro, vamos de una vez.

Antes de que se acercaran a la parte trasera de la casa, sitio en el que se encontraban las macetas que debían regar, empezaron a huir una serie de voces que pronunciaban palabras en otro idioma, de la misma forma que ocurre cuando la gente sale en una procesión.

Se ocultaron detrás de un árbol y pudieron ver que aquellos no eran seres humanos, sino criaturas capaces de flotar por el aire. A ninguno de ellos se les pudo ver el rostro, pues lo tenían cubierto con una capucha. Además, en una de sus manos portaban una vela larga apagada.

Luego de que pasaron los encapuchados, apareció una carroza guiada por un ente horripilante que tenía en la cabeza un par de afilados cuernos y dientes iguales a los de un lobo.

Fue en ese preciso momento, cuando Carlos recordó una leyenda ecuatoriana que le contaba su abuelo acerca de una “caja ronca“. La descripción que el anciano había hecho acerca de los seres que custodiaban este mítico objeto, era exactamente igual a las criaturas que acababan de ver.

El terror que sintieron hizo que de inmediato perdieran el conocimiento. Posteriormente cuando volvieron en sí, se percataron de que ahora ellos portaban también una vela larga de color blanco. Sólo que no era de cera sino de hueso de difunto.

Las soltaron de inmediato y cada uno se fue para su domicilio. Desde ese momento, procuraron jamás volver a salir de noche y mucho menos dudar de las historias y mitos que cuentan por las regiones cercanas a la capital de Ecuador.

La caja ronca



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